miércoles, 2 de septiembre de 2015

Debilidad: Desvaríos de una Bruja Enamorada by Felin (one shot)

Debilidad:
Desvaríos de una Bruja Enamorada



By Felin

Anoche soñé contigo. Soñé que me amabas. Soñé que yo era suficiente. Soñé que…

Pero al despertarme hoy, me di cuenta que solo fue un sueño. Y ahora que lo pienso, quizá fue un muy mal sueño.

¿Quién en su sano juicio desearía estar con un gilipollas como tú?

Es cierto, tienes un cuerpo que wow, si con la tela encima te ves tan apetecible, sencillamente se me hace agua la boca de imaginar tu piel dorada en toda su plenitud, sin ninguna barrera que se interponga en mi camino y bloquee mi mirada al tiempo que con mi mano recorro cada centímetro de tu piel mientras intento grabar en mi memoria cada sensación, cada choque eléctrico, cada sentimiento que despiertas en mi como un tatuaje permanente que me acompañará hasta el final de días. Y hacer el mismo camino con mis labios —como muchas veces lo he hecho y siempre es como la primera vez—, y detenerme en ciertos puntos sensibles y succionar y chupar fuertemente hasta que me pidas que no me detenga, que grites mi nombre entre jadeos porque tu corazón late a mil…

Pero, ¿qué demonios estoy diciendo?

Y tú, eres un perfecto imbécil que no tienes corazón. Me lo has demostrado más de una ocasión y no te mereces que tenga aunque sea un insignificante pensamiento, lujurioso, apasionado donde entras en mí mientras yo…

«¡Basta!», me recrimino a mí misma por mi debilidad.

Me has hecho demasiado daño y lo único que yo debería pensar es pagarte con la misma moneda, tratarte y hasta humillarte como tú lo has hecho conmigo tantas veces que he perdido ya la cuenta.

Pero, con un único pensamiento hacia ti, mi cuerpo y las malditas hormonas —que hoy deben estar más locas que de costumbre— me hacen cambiar de parecer y lo único que puedo hacer es imaginarte: arriba, debajo, por atrás, hincado, sentado… y yo a tu lado. Para que mentirme a mí misma si a tu lado me has hecho la mujer más feliz del mundo… ojo, en ningún momento he dicho amada, satisfecha sexualmente sería más la palabra adecuada para definir nuestra relación si es que existe alguna, porque el que tengamos relaciones no es lo mismo decir que estamos en una relación.

Debí haberte hecho caso cuando la primera vez me dijiste que no me involucrara contigo que me lastimarías más de lo que cualquiera lo hubiera hecho, pero mi arrogancia no me dejó irme cuando podía. Con el pensamiento estúpido de:  «yo controlo mis sentimientos y decido a quién, cómo y cuándo  entregarlos», y entonces caí redondita en mi propia trampa y hoy estoy estúpidamente enamorada del idiota más grande del mundo que ve en mí solo una especie de muñeca, juguete lleno de celulitis y grasa con la cual follar cuando te plazca y que en público ni siquiera me das un saludo porque te da pena que te relacionen conmigo…

—¡Pero que idiota más cabrón! —Grito sin recordar donde me encuentro en este momento.

—Señorita Betancourt —me dice mientras se acomoda sus anteojos mientras me dirige una mirada que si fueran cuchillas mi madre en estos momentos no me podría reconocer— parece que tiene un punto bien definido sobre el tema… —«maldita mierda» estoy en clase de sociología— pero, ¿Qué le parece si explaya su punto de vista sobre Durkheim a toda la clase?

Me quiero morir…

No sé en qué momento perdí la noción de tiempo-espacio y lo único que he hecho la última hora es ver el perfil más perfecto y…

—Lamento mí… —digo tartamudeando ante mi torpeza y me descuido.

Siento vibrar mi celular en mi bolsillo, agradeciendo haber recordado quitar el sonido. Una vez que el profesor Álvarez da media vuelta y continua la clase, lo saco y para mi sorpresa hay un mensaje de él.

«Cuando tartamudeas, te ves sexy y me recuerda cuando estás debajo de mí, ¿hoy a la 5 en mi depa?»

Sonrió de anticipación y con dedos temblorosos le escribo:

«A las 6, si estás de acuerdo, salgo a las 5.30».

Lo volteo a ver y me sonríe mientras con un movimiento de cabeza me confirma el cambio de horario.

Mentira que salgo a esa hora, pero tengo que depilarme, quizá ir a comprar un conjunto nuevo y…



Muchas veces me he repetido, no lo vuelvo a hacer.
¿A quién pretendo engañar?


Abrir los ojos y pensar: ¿Otra vez no? En verdad no es la mejor manera de iniciar un nuevo día. Así que debo rebobinar el cassette y verlo desde otro punto de vista.

Trabajar en el inframundo y elegir el castigo por el cual las almas en pena que han caído cada día será su tarea de hoy en adelante hasta la eternidad, no es el mejor trabajo del mundo.
Yo imaginaba que un trabajo así sería excitante.

Realmente estaba equivocada.

Durante casi veinte años yo estuve sentada detrás de un escritorio juzgando, castigando, aprovechándome, burlándome, analizando de manera arbitraria a cuanto estudiante a mi acudía por un consejo, por una orientación sobre sus problemas personales o de estudio. Le vi la cara a sus padres que mientras me hablaban buscando un apoyo yo en mi interior repasaba las compras que tendría que hacer, tarareaba alguna canción en mi mente o planificaba el resto de mi semana. Siempre con una enorme sonrisa en mis labios mientras asentía.

Durante estos veinte años como consejera y psicóloga en el instituto hicieron mi vida vacía mientras se iba de mis manos detrás de ese insulso escritorio. Mi vida era tan aburrida, estaba sola y en algún momento creí que encontraría que hacer, algo que me llenara que me hiciera sentir viva, que me indicara que estaba en el camino correcto. Lo que se supone que yo debería hacer por ellos.

Jamás creí que aquella chiquilla fuera capaz de hacer eso. No creí que estuviera tan mal, que en verdad necesitara ayuda. Ni siquiera pude levantarme de mi asiento, cuando ella entró con una escopeta en la mano y su rostro manchado por las lágrimas que había derramado al matar a cuarenta personas, entre profesores, compañeros que siempre se burlaron de ella y compañeros que la ignoraron.

Yo fui la victima cuarenta y uno.

Ella la cuarenta y dos.

Yo no tuve juicio y simplemente mi alma llegó y se instaló detrás de un escritorio.

Ya no tenía que velar por el bienestar de las personas, algo que en realidad nunca hice. Mi trabajo aquí en el infierno es elegir la manera de hacerles más miserable su eternidad a las almas en pena que no podrá trascender jamás.

Este trabajo en vida lo realicé por veinte años y era miserable… hoy lo haré por miles de años y ni siquiera podré soñar en cambiar de empleo. Será consejera por el resto de existencia, escuchando lamentarse a los demás, mientras yo en mi interior me lamentaré por la vida que llevé y no aproveché. 



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